“En el principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba con Dios, y Dios mismo era la Palabra.” (Juan 1:1)
El Reino de Dios es eterno. Jesús no tuvo principio y no tiene fin. Antes de que este mundo fuera creado, Jesús compartió la gloria del Reino con el Padre y el Espíritu Santo en la eternidad pasada. Aunque Jesús es una persona distinta de Dios el Padre, Él siempre ha compartido las cualidades y la naturaleza divina de Dios (Filipenses 2:6).
El autor del libro de Hebreos escribe, “Él es el resplandor de la gloria de Dios. Es la imagen misma de lo que Dios es. Él es quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Después de llevar a cabo la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la derecha de la Majestad” (Hebreos 1:3).
Juan escribió, “La vida que se ha manifestado, y que nosotros hemos visto y de la que damos testimonio, es la que nosotros les anunciamos a ustedes: la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos ha manifestado” (1 Juan 1:2).
Jesús disfrutó de un compañerismo divino con el Padre, una relación compartida que era espiritualmente fructífera, relacionalmente profunda, y alineada perfectamente. Esta comunión era única y transparente. Fue más allá que cualquier cosa que podamos crear o imaginar. Esta poderosa relación produjo un esplendor único que iluminó todo el cielo. Ahora tenemos la oportunidad de experimentar el Reino de Dios personalmente. Esto sucede cuando permitimos que la presencia de Dios fluya constantemente a través de nuestra vida.
Antes de experimentar la cruz, Jesús oró, “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera.” (Juan 17:5). En otra traducción leemos, “Ahora, Padre, llévame a la gloria que compartíamos antes de que comenzara el mundo.” (Juan 17:5, NTV).
Jesús anhelaba reunirse con la gloria del Padre para experimentar la majestad y la belleza del compañerismo divino. Esta idea de una relación compartida está disponible y extendida a cada creyente. Experimentamos el Reino de Dios cuando aceptamos Su presencia en nuestra vida. ¿Cuáles hábitos necesito crear para mejorar mi relación con Dios y con las personas a mi alrededor?
Repase: Abra su Biblia y lea Hebreos 1:3; Filipenses 2:6
Reflexione: Considere lo siguiente: ¿Disfruto de mi relación con Dios? ¿Qué es lo que deseo de mi compañerismo con el Padre?
Responda: En oración, pregúntese, “Señor, ¿qué debo cambiar a la luz de estas verdades? ¿Cuáles pasos debo tomar?”
Un Devocional de nuestro libro, Andando con Jesús.